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Aurelio Vidal y la poesía apócrifa de una revelación fenomenológica: Hacia una mirada del libro ‘Anacoreta’ | Dra. Zoé Jiménez Corretjer

Anacoreta es un libro de corte profundo que necesita de un lector culto.  Este poemario de Aurelio Vidal demuestra una vez más la capacidad de creación lírica que tiene, así como el trasfondo mítico, cultural, antropológico, político y filosófico que se necesita para poder reinterpretar la lectura doble de todos sus mensajes. De inicio percibimos el roce fenomenológico, la mítica ancestral, la epifanía del conocimiento a la misma vez que observamos la reflexión propia de la función del creador:


 “Vi venir una efigie  con ansias de poeta, donde es solo una presunción                              de estar ya muerto;                              si escribir se puede de todo                              a su tiempo                              pero ser poeta                              es cosa de escombros, …”.


El poeta cuestiona a sí mismo desde su interior, desde su propia caverna, como preguntándose si las realidades externas son propias o imaginadas, si esa “selva inescrutable” en la que habita inmerso es materia o sombra del verbo.  Sus atinadas inscripciones y citas trascienden más allá de una mera expresión poética.  La poesía de Aurelio Vidal es una composición artística que supera la expectativa del juego creativo de palabras, o de la conjugación de metáforas, o del intento de recrear una imagen combinada por el espíritu de la poesía.   Porque el poeta no deja solitarias las referencias, sino que se apropia de ellas, llegando al cenit de cualquier transformación.  No hallamos solo una respuesta, sino decenas de respuestas existenciales en tan solo un verso.  Porque cada verso es un prisma, un espejismo de ideas, una amalgama de perspectivas intrínsecas.  Una sola estrofa combina el universo como si de un cerebro infinito se tratara. 


Anacoreta de Aurelio Vidal
Anacoreta de Aurelio Vidal

El sabor de lo antiguo, la presencia de aquello que es trascendental, que adviene en todo mito universal, está presente y vivo en sus poemas.  Su escritura no evoca, sino que invoca con la certeza de una verdad hallada.  Se funde el conocimiento científico con el mítico cuestionando al mundo el entramado existencial de lo que significa la palabra poética, la existencia de ese que no acepta su poeticidad, sino su relación con el espacio dentro del espacio.  Es una escritura con extensión de cosmos que nace de la palabra y que se define en su observación callada, en su interiorización.  Es una reflexión tras reflexión de aquello que se cuestiona a sí mismo desde el propio instinto del Ser.  En medio de oceánidas rapsodias, canta el poeta:

                              Así es el poema del hombre                              que se había extraviado en la lluvia                              y que volverá perpetuo, igual al hielo.


Anacoreta se convierte en otra teogonía; pero ahora en una teogonía habitada con la simiente de un rapsoda que, desde el interior de su espectro cósmico, desde la inmensidad de su pequeñez humana, sabe encender la antorcha para ver el reflejo de las cosas que pasan.  Lo cosmológico se desvela como una apertura a la interrogante del vacío, como diseño de reinvención de lo que es la escritura y la creatividad.  Aquí la poesía rebasa sus límites.  En intentos de llamarse antipoesía, ancla su esencia.  Entonces percibimos algunas contradicciones continuas, los referentes a aquello que Es, desde su perfil fenomenológico.

               El lector reconocerá que esta escritura sobrepasa y delimita los márgenes cuadriculados anteriores de una tradición literaria hispana.  Es una escritura que supera artificios, mañas manidas que por décadas se han impuesto fecundamente en los marcos de la poesía elitista, limitante y extravagante de aquello que ha querido tenerse como verdadera causa artística.  La obra de Aurelio Vidal sobrepasa las fronteras de la causa y el efecto.  Y si bien, puede no encontrar lecho suave en aquellos que duermen bajo el veneno del ego, será una poesía que trascenderá más allá de los siglos.  Es una expresión  ejemplar para la crítica que desee atreverse a enfrentar su propia existencia, que se atreva a descubrir la esencia de lo que somos representados en el arte literario.  Aurelio Vidal provoca desde la episteme, se fundamenta en una abstracción reconciliada con el pensamiento.  Como si cantara el mismo Dios bailando en el centro de su espejo sideral, como si venciera, como dice el poeta, toda “doctrina carcelera”. 

              

Me regocija perpetuar la experiencia de la poesía de Aurelio Vidal. Puedo testimoniar y augurar que es y será la pauta de la creatividad literaria del Siglo XXI y que sé será valorada por los siglos por venir.  Porque esto que nace de lo profundo de Aurelio, es como “una criatura posesa” por la temporalidad, es el oro de los siglos puesto en la ‘Escena’. 

              

Me duele aceptar que la literatura puertorriqueña carece de la representación que merece en los foros de la crítica internacional.  Y más me duele, reconocer que los grupos de congéneres hayan mostrado poca solidaridad con colmillos silenciosos, fríos y desgastados.  Este silencio que no es otro que el cáncer mismo de una sociedad víctima de las almas vacías, antisolidaria y profesa de su propia colonización.  Este silencio crítico es la respuesta evidenciada de un colectivo suicida que se deja morir antes de reconocer al Otro.  Si este es el muro que enfrentamos los escritores, un muro de silencio y falta de hermandad literaria, no habrá cohete que expulse las mentiras al fuego.  No me resta sino reconocer un verdadero poema y hago lo propio con el libro Anacoreta y con la obra poética en general de Aurelio Vidal. 

              

La obra de arte de Aurelio Vida regocija a las almas sinceras que aprecian y reconocen la autenticidad de una verdad.  Y es que su escritura puede traducir ambigüedades, supera todo sofismo invertebrado.   Versa el poeta:

                             

Si quiero ser, soy,                              soy exactamente Tritón                              y con todas las máscaras, Polytropos,                              un moriviví y maremoto de luna caída                              una sola palabra y miles de ellas                              testigo de Cristo y hermano del diablo,                              choque de los ríos con la mar                              donde el agua es dulce con la sal.


Anacoreta es el compendio de la cosmología ulterior, abrasada y abrazada por el poeta, de la presencia de una conciencia involuntaria, como el propio “nous” inteligente e indivisible que ordena todo caos.  Su poesía también proyecta el amor como motor o idea cuando dice: “Dame un amor platónico con la paz de tu silencio: /diría entonces… ámame con el alma,/con aquello que es inmutable, ámame con la idea,/el escape inmaterial, lejos de las cosas del existir…”.

              

Este libro es un referente del caos y un acierto de circunvoluciones cósmicas.  Cada poema es un argumento, un verso en deducción que valida la falacia de cualquier proyección muda.  El libro es un secuestro de la naturaleza, del espacio sinecdótico que se ha reconstruido a partir de la palabra.  Sus versos giran en la interrogación de las elipses, cuestionan cualquier teoría para que el tiempo heliocéntrico se desboque terrestre y humano. 

              

Aurelio Vidal intuye, pero construye parte de las tautologías hacia la refutación, hacia la probabilidad de construcciones dialógicas sin precedente.  Se espejea frente al tiempo apócrifo para ser la verdad intransigente que se descubra posterior al mismo tiempo cronológico y lineal de lo tradicional.  Algunos poemas permiten entrever la herida de un exilio silencioso, el llamado a una tierra sin corderos, a una tierra como “una bestia sin patria…”. Dice el poeta: “… la eternidad está subyugada/gran padre antropológico/si fuésemos de la verdad/la tierra me llama.”.

              

Hay poemas que transgreden más allá de lo literario, por ejemplo: “Segismundoide”, “Pleonasmo del payaso”, o “Cántico del cangrejo”. En algunos, la mitología taína se recompone alcanzando dimensiones ancestrales.  O el sueño del que se sueña a sí mismo “deslunario”, contando la “historia que no termina / como el sueño de soñar sueño / lunarejo del desposeído.”.

              

Otros poemas definen el tiempo sagrado. Este es el caso del poema “Trasvelo” en donde podemos deleitar la validez de lo eterno en su discurrir filosófico.  Pero en un devenir de marcas, en ese cambio constituyente del amor, del tiempo que existió en “un instante”, de aquel “que dejó de ser,/que fue de sí mismo una fracción,/cuántica razón, luego universo.”.

              

Aurelio Vidal como científico, deja entrever su gusto por la inmensidad de lo microscópico.  De aquí esa resonancia temporal con los electrones del tiempo, con el tictac de la esperanza, con el pasado extinto que elucubra la nostalgia.  Sus voluntades recuerdan el tejido de Neruda, pero contemplando la muerte con la luna incrustada en su frente.  Se proclama clarividente con los ojos llenos de sol viajando por las constelaciones celestes de las antiguas historias del cosmos.  Algunos poemas rotan entre consagraciones, geografías e historias.  El poeta se convierte en rapsoda de la gran madre precolombina, ante sus verdades ermitañas.  El poeta retrocede a su estado placentero, en su bitácora habitada de memorias, en un pasado donde se habla a sí mismo, como una visión o entierro fantasmal de lo nombrado. 

              

Este libro Anacoreta de Aurelio Vidal sienta el precedente de una visión mística alegórica, de una perspectiva metafísica que se vuelve oceánica, liberada y atada a su inconsciente colectivo, como lago y perpetuidad.  A modo de sortilegio y lumen, Aurelio Vidal rompe con la poesía tradicional puertorriqueña universalizándose en una poesía alucinante y orbital.  En su verbo Anacreonte se cree inmortal, Saturno es desapercibido, las cosas se vuelven como un diafragma herido, Diógenes habla en paz, entre “Morfeologías”, con las “parecidas formas del no ser”, “la paradoja de los ojos rápidos”, o los “espejos del olvido por saber”.  Vemos como las titánides se presentan, “Astarté le da el pezón a Yaveh”,  y los versos se vuelven contingencia desde la Vía Láctea hasta las rodillas de un Dios en síntesis. 

              

No tengo palabras para nominar el principio de claridad que me provoca esta escritura, la apertura al análisis que me postula.  El poeta sabe conjurar la conjunción de los planetas con el corazón encendido, como un renacer de estrellas en cada sílaba, un átomo en constante movimiento.  No me queda sino invitar al lector a dejarse seducir por el conocimiento, o más bien por el nous presocrático, porque este verbo es la motriz de una inteligencia o espíritu inherente, no objeto, sino como sujeto empírico personificado que trasciende el protocosmos desarmando tempestades primigenias.  Enhorabuena Aurelio, por tan augusta empresa.  Tu palabra me sueña sobre eternidades. 


Zoé Jiménez Corretjer, 2022 @poesiaeszoe

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